lunes, 30 de marzo de 2015

UN MENSAJE PARA COMPARTIR...

LA ESCUELA Y EL HOGAR

Cada vez que empiezan las clases, las propuestas educativas son varias y variadas. Hay reciclaje de programas, de divisiones, de ciclos, de enfoques metodológicos, e Internet se está abriendo paso entre las aulas y los contenidos.

Un problema básico condiciona todo el movimiento educativo y, si no se lo encara con suma urgencia, haremos agua o seguiremos haciendo agua, con toda la tecnología del mundo y disposiciones piagetianas a nuestros pies, haciendo referencia a la caída y quebrada relación entre el hogar y la escuela.

Son aliados naturales. Y si no lo son, mal andará el negocio aunque lo vistan de seda. El niño viene de un hogar y va a una escuela. Del hogar lleva el mandato de estudiar, de avanzar, de crecer. La escuela es la que toma ese mandato en sus manos y cumple con realizarlo debidamente.

El mandato se expresa en valores, en creencias. 
Creemos, hijo nuestro, que la educación es necesaria, inevitable, para tu persona en germen. 
Creemos que la escuela puede formarte e informarte, y que ambas necesidades a tu edad son perentorias. 
Creemos que nada de eso se logra sin esfuerzo, rigor y disciplina. También pueden divertirse, cultivar amistades, desviarse un poco y ser fieles a la edad juguetona que les toca vivir. Pero en principio la escuela ni es circo, ni es cine, ni es el lugar más adecuado para el pochoclo y la gaseosa. Es para estudiar.
Creemos que te tenemos que acompañar en esta tarea, que es nuestro deber hacerlo, observarte de cerca y salir a tu encuentro cuando necesites ayuda o apoyo. Podemos consolidarte en la tarea, pero no la podemos evitar. Estudiar no es un gusto, una elección, en principio, es un deber. 
Creemos en el deber de educarte, aunque no siempre sea divertido, atractivo y se disfrace de sonrisa. La medida del sacrificio es la medida del valor. Así fue, así será.

Ése es, quiero decir, debería ser el mandato. Hago hincapié en el hogar, mientras el resto de mis colegas se dedican, y hacen bien, a mejorar la escuela. Digo que, si ese mandato no se reconstituye rápidamente, si los padres no vuelven a saludar a los maestros con el respeto que merecen y si no les devuelven la autoridad sin la cual no se puede transmitir mensaje alguno, la escuela por más que mejore no mejorará, valga la paradoja.

No soy yo quien le dictará a la familia qué estructura, forma, modelo ha de tomar. Hoy la pluralidad y la tolerancia son reinas.
 Pero no se pueden eludir reglas mínimas, diría, de la psicología y de la sociología de la vida: hay que creer en algo para que ese algo prospere.
El mensaje a nuestros hijos ha de partir de una convicción. El tiempo de las vacilaciones, del miedo a los hijos, del pavor a tomar decisiones porque quién sabe si no acarrearán malas consecuencias, ha terminado. Y ha terminado, porque ha terminado mal.
Ahora es tiempo de revisión de valores y de ajustes de conciencia.
 Actuar es creer, es confiar.
Esa confianza la hemos perdido.
No todo es recuperable.
 Pero tener hijos sigue siendo una aventura de confianza: vale la pena educarlos, hacer algo de ellos, con ellos.
Primero nosotros, padres, maestros.

Luego a ellos mismos, solos, cuando vuelen y nos saluden de lejos, de muy lejos, nosotros los miraremos partir con el gozo de quien algo aportó a ese vuelo.